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LUNES SANTO

¿Qué ha sido de Jesús tras la entrada triunfal en Jerusalén? ¿Dónde han quedado todos los gritos, aplausos y gestos de bienvenida que se escuchaban dentro de los muros de la ciudad? Jesús sigue su camino. No se ha quedado embelesado por esos gritos y elogios. No se ha distraído en el “aplauso”. Hoy Jesús está en Betania, está con sus amigos.

En Betania siempre encontró su hogar, sus amigos; la compañía verdadera con la que hacer un camino muy humano Aquel que es el Hijo de Dios. Decidió ir a Betania, eligió estar con sus amigos en estos días previos a la Pasión, que él sabía iba a sufrir. El evangelio de hoy nos sitúa en la escena de una cena en casa de sus amigos.

¡Cómo se agradece tener un lugar donde, sin que te pregunten nada, ni tengas que demostrar nada, te acojan, te quieran, te acompañen! Ha decidido ir a Betania y no es una casualidad. Necesita estar con sus amigos, sabe dónde va a cenar esa noche.

La fidelidad de la relación necesita apoyarse en la fuerza que presta el amor. “Allí le ofrecieron una cena: Marta servía y Lázaro era uno de los comensales. María toma una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, y le ungió a Jesús los pies”. (Jn 12, 2-3)

Es muy oportuno hacernos hoy una pregunta en el encuentro sincero con nosotros mismos: ¿Con qué gesto de amor voy a acompañar estos días a Quien se entrega por mí? ¿Estoy dispuesto a mirar este gesto como la oportunidad para vivir estos momentos abrazado a los pies del Maestro? La casa de Marta, María y Lázaro es una referencia necesaria en la vida del Maestro. Con su acogida se nos pone de manifiesto la actitud con la que nosotros podemos afrontar estos días inesperados y muy distintos a lo que esperábamos.

No será esta la única cena que Jesús tendrá con sus amigos en los días previos a su Pasión y Muerte. Sentémonos a la mesa hoy –no serviría de nada esperar a la de mañana–, y pongámonos en el lugar de María. Enjuguemos los pies del Maestro con nuestro mejor perfume, a pesar de lo que algunos, en un juicio vacilante e inoportuno, puedan comentar y criticar. Todos tenemos ese frasco de “perfume auténtico y costoso”. Derramado sobre los pies de Jesús, es el cumplimiento de la profecía: “Mirad a mi siervo, a quien sostengo, mi elegido, a quien prefiero” (Is 42, 1). Se convierte así el perfume de María, el tuyo y el mío, en una suave melodía que viene a avivar en la conciencia de Jesús el recuerdo de que es el Hijo muy amado del Padre (Mt 17, 5b).

 P. José Antonio Villena García

Comentario (1)

  1. Ramón Vázquez del Rey Villanueva dice

    Muchas gracias por esta reflexión. Nos ayuda a tener preparado y presto ese frasco de perfume, no será caro, pero será lo mejor que podamos ofrecer. Gracias de nuevo!

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